sábado, 19 de enero de 2013

The master

The Master


De todas los jovenes directores norteamericanos que despuntaron en los años 90 sólo hay, en mi opinión, dos que han llegado a cuajar como lo que son ahora, grandísimos directores y creadores dentro de lo que llamamos el arte cinematográfico. Uno de ellos es Darren Aronofski y el otro es el responsable de esta película, Paul Thomas Anderson.

"The master" (2012) es su última obra, la cual nos cuenta la reláción entre Freddie Quell (Joaquin Phoenix) un veterano de la Segunda Guerra Mundial psicótico, alcohólico y obsesionado por el sexo y Lancaster Dodd (Philip Seymour Hoffman), el cual es el gran pope de una especie de secta religiosa que está surgiendo en los Estados Unidos y que toma a Freddie como discípulo, intentando guiarle dentro de las directrices de su corriente existencialista. 

Lo primero que tengo que decir a la hora de valorar esta película es que antes de verla tenía unas expectativas altísimas respecto a ella, tanto por las anteriores películas de Anderson, como por todo lo que había oído de la crítica especializada. Sin embargo la película tiene un problema, te muestra únicamente parte de sus valores cinematográficos. Me explico, los dos actores principales, las dos cabezas visibles en la mayor parte del metraje, están simplemente sensacionales y la puesta en escena y dirección de Anderson son de lo mejor que he visto en toda mi vida. Sin embargo, estas escenas que representan los actores y que están tan bien dirigidas provienen de un guión excesivamente hermético, repetitivo en demasiadas ocasiones, en el que la historia fluye con cuentagotas y que, personalmente, no llega a enganchar en ningún momento.

Esto hace que haya salido del cine con un regusto amargo, pensando que he visto una de las mayores proezas cinematográficas que recuerde, pero que sin embargo, no he llegado a disfrutar con esta película a la que en todo momento parece que le falta algo. Todo ello ha conseguido que sea una cinta que tengo que volver a ver en unos meses, seguramente entonces pueda valorarla en su justa medida.

Lo primero que llama la atención de la película son las grandiosas actuaciones de la pareja protagonista, Joaquin Phoenix y Philip Seymour Hoffman. Resulta difícil imaginar a otros actores en semejantes papeles tras la exhibición que nos presentan ambos artistas. Y si bien es la primera vez que Phoenix actúa para Anderson, Hoffman es el actor fetiche del director ya que, excepto en "Pozos de ambición" ("There will be blood"; 2007), ha trabajado en todas las películas del mismo.

Además de los dos protagonistas hay que destacar la actuación de Amy Adams como Peggy, la mujer de Lancaster Dodd, la cual refleja muy bien la fingida sumisión que su papel, como mujer del gran hombre requiere.

Sin embargo, la aportación más importante de la película al arte cinematográfico viene de su director, Paul Thomas Anderson, el cual al igual que en sus anteriores películas realiza una labor para la que me faltan las palabras de elogio y, quizás, los conocimientos necesarios para poder juzgar convenientemente su labor. Si tengo que resumirlo en una única palabra sería la siguiente: maestría. Maestría para ejecutar los planos secuencia, para realizar una puesta en escena sencillamente gloriosa y para crear una ambientación y una atmósfera absolutamente realistas. Realismo que impregna toda la película y que nos recuerda en algunos aspectos a algunas películas del mítico director Erich Von Stroheim, en especial a su obra más recordada, "Avaricia" ("Greed" Erich Von Stroheim, 1924). Casualmente (o no), en ambas películas hay una escena que se desarrolla en el desierto de Arizona.

Todo ello nos lleva a pensar lo siguiente, ¿falla algo en esta película?. Pues sí, algo falla que hace que, en mi opinión, esta gran película no llegue a alcanzar la nota que por otros de sus aspectos merecería. Ese algo, como ya dije anteriormente es el guión, escrito por el propio director, el cual lastra el ritmo de la película en la mayor parte de sus 135 minutos de duración.

Otras películas de este gran director son: "Sidney" ("Sidnay", 1996), "Boogie nights" ("Boogie nights", 1997), "Magnolia" ("Magnolia", 1999) o "Pozos de ambición" ("There will be blood", 2007).

Uno de los aspectos que más me llamaron la atención fue el uso de la música, la cual, compuesta por Johnny Greenwood, ayuda a crear esa atmósfera desasosegante y ligeramente malsana de la película. Se trata de una música extraña, como un soniquete que se te mete en la cabeza y que a veces llega a tapar ligeramente los diálogos como reclamando su presencia dentro del film.

Otro aspecto que destaca, es ver reflejado en una película americana la vida supuestamente idílica del país tras la segunda guerra mundial, de una forma tan dura, perversa y real. Algo a lo que no hemos estado acostumbrados ya que casi todas las películas del Hollywood clásico de esa época (si exceptuamos las adscritas al género negro) nos han mostrado una Norteamérica cuyos habitantes vivían en una especie del jardín del Eden y en la que los veteranos de la segunda gran guerra se reincorporaban a sus vidas como si viniesen de una excursión por el campo, un poco más larga de lo habitual.

Todas las cualidades de esta obra no pasaron desapercibidas para el jurado del pasado Festival de Venecia, ya que le otrogó los premios al mejor actor (ex-aequo para los dos protagonistas) y al mejor director. Así mismo el jurado Fipresci le otorgó el premio a la mejor película en el mismo festival.

En definitiva, no es una película para pasar el rato, si no que se trata de una obra de arte cinematográfica que quizás, como muchas de las grandes obras, deba reposar unos cuantos años para que se la pueda valorar como se merece.

Gabriel Menéndez Piñera 









 



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